La viejita que no le gustaban los viejitos

Manos viejitas

Recién llegados, fuimos a la Catedral de Cafayate a preguntar por algún héroe anónimo, alguien que ayude a su comunidad entregando su vida sin buscar nada a cambio. Nos recomendaron que visitemos a Lila Domingo, justo del otro lado de la plaza, y tocamos la puerta de su antiquísima casa sin saber bien con quien nos encontraríamos, y allí nos abre la puerta una señora con pelo blanco, anteojos y una sonrisa amplia, que bien podría ser cualquiera de nuestras abuelas. Nos invita a pasar sin dudarlo a lo que para nosotros es un oasis; un patio colonial lleno de flores de colores, hortensias legendarias y hasta dos mecedoras. Le explicamos el motivo de nuestra visita, y mientras empieza a contarnos su historia, se disipan todas nuestras dudas; porque una vez más nos damos cuenta de que hay Alguien marcando nuestro camino y llevándonos directamente a quienes dedican su vida a servir a los demás.

Con sus 88 años, Lila recuerda como fue creciendo “muy de la mano de su mamá”, acompañándola siempre en sus visitas a escuelas, mientras su madre enseñaba talleres de costura, lectura o escritura, ella jugaba con los chicos en los recreos. Pero su vida cambió cuando su matrimonio se terminó, no se animaba a salir a la calle, tenía angustia, pena, desesperación, y dos hijos de 3 y 1 año, así que tuvo que “arrimarse a sus padres”, y volver a trabajar con su familia. Espiritualmente estaba en picada, y no sabía cómo salir. Fue en ese momento que una amiga, queriendo ayudarla a salir, la invitó a conocer a Chiara Lubich (fundadora del Movimiento Focolar) que venía de visita a Santa María, Catamarca. Esa italiana excepcional, madre y guía espiritual de multitudes, que abrazó el dolor de la humanidad y privilegió a los pobres promoviendo la vivencia del Evangelio como la más potente revolución social, fue quien cambió la vida de Lila para siempre. Recuerda emocionada que: “Hablar con ella, para mí fue volver a vivir, realmente volví a vivir.” Claro que tenía una mirada dulce y consejos sabios;  recuerdo perfectamente lo que me dijo: ‘El trabajo que tú haces, lo haces porque es tu obligación. Vas a hacer un trabajo que no te remunere nada y eso lo vas a hacer por Amor.’ Después de un tiempo tuve la suerte de volver a verla en otra visita a Santa María, y yo ya era otra persona completamente. Trabajar por Amor fue lo que me cambió.”

Para cumplir con el encargo, con muchas ganas de salir adelante, Lila se presentó ante  el Obispo para preguntarle qué necesitaba, y como estaban creando el Hogar de Ancianos, él le dijo: ‘Para ti, las llaves de la despensa’. Lila recuerda con énfasis: “A mí nunca me gustaron  los viejitos, nunca quería formar parte de algo que tuviera que ver con ellos”; y a pesar de ello, juntó coraje para poder cumplir con lo que Chiara le había pedido y ver si así salía adelante. Desde entonces nunca más pudo apartarse, sigue yendo todos los días, sale de la primera misa de la mañana, y de ahí va al Hogar, desde hace 43 años.

Sólo había puesto una única condición antes de empezar a trabajar, y era que hacía lo que le pidieran a cambio de que nunca tuviera que coser. Realmente no le gustaba, si bien sabía hacerlo porque su madre le había hecho aprender en una Academia de Corte y Confección, repite incansable: “no me gusta nada, sigue sin gustarme”, enfatizando el ‘no’. Y así y todo, parecía que la vida le tomaba el pelo: “El mismo día que entré a trabajar, abrí el portón, y en el primer dormitorio había un cieguito, Quipildor -no se me olvida nunca el nombre- pegando los botones del chaleco. ¡Qué mensaje me ha dado el Tata Dios!; La primera tarea que vas a hacer: Ahí está el viejo, cósele el chaleco.” Así fue su incursión en el Hogar.

Escuchar el tono de su voz al contarnos todo esto realmente emociona, su tonada salteña se mezcla con ese matiz que adquiere la voz con los años y nos transportamos con ella. Se ríe de si misma cuando recuerda que no le gustaban nada los viejitos y hoy es uno de ellos con su bastón. Tiene una paciencia sin límite, conoce a cada uno, sus mañas, sus problemas y sus picardías; porque a veces son como niños. Nos habla con cariño de ellos y nos muestra como son atendidos con tanto amor por los enfermeros.

Es una maquinita de ayudar, además de trabajar en el negocio de su papá, también era directora de la Escuela nocturna, madre de 2 hijos (uno con esclerosis múltiple) y tenía la ‘yapita’ -como dice ella- de ayudar en el Hogar de Ancianos, haciendo lo que hiciera falta (cocinar, limpiar, ordenar, etc). Reconoce que la fuerza viene de Dios, que “cuando uno quiere, Dios la dá, sólo hay que dejarse guiar”, y que no hay duda que trabajar por Amor al otro, le cambió completamente la vida. Hizo un vuelco de 180 grados, dejó de sentir bronca, pena, angustia y salía a la calle con alegría a ocuparse de los viejitos de los cuales había renegado siempre.

El bastón en el que se apoyaba por aquellos años cuando empezaba en el Hogar, era Alicia López, una pediatra española que había llegado a Cafayate para quedarse. Ambas formaron parte de una comisión de 20 personas en la que hoy quedan ellas 2 solamente. Alicia, con 77 años, se trajo de Castilla su tozudez, empuje y valentía; defiende el Hogar a capa y espada con Amor realmente dedicando su vida a servir a los demás. Es la Directora del Hogar, coordina tareas y personal, negocia con proveedores, pide ayuda al PAMI, hace canjes de donaciones con supermercados, y sobre todo, magia con la economía, porque el Hogar se mantiene a pulmón con ayuda de la Catedral. De nuevo la fundación alemana Adveniat colaboró mucho con los inicios y construcción del Hogar.

Ambas, Alicia y Lila, se alegraron mucho cuando se nos ocurrió proponerles una mañana de música en vivo con unos amigos que habíamos conocido en el camino. Así que al día siguiente llegamos los 6, con Eduardo y Mercedes, y su guitarra y violín correspondientes. Con alegría nos recibieron unos y otros con incertidumbre, unos más perdidos y otros muy expectantes. Pero la música acerca, alegra, conecta y moviliza. Algunos aplaudían, otros sonreían, otros simplemente escuchaban, otros pedían mas y una señora bien chiquitita y encorvada, hasta dejó su lugar en el patio para venir a bailar una canción con su andador! Fueron perdiendo la timidez y doña Inés nos deleitó con su “caja”, tocando y recitando versos divertidos, haciéndonos sentir que estábamos en el medio del cerro salteño, en un rancho de barro. Con su limitada visión de luces y sombras, su sapukai con voz finita era un canto a la vida, y el momento que todos esperábamos para acoplarnos. Fue un momento de mucho aprendizaje para nosotros los jóvenes; abrirnos a sus dificultades, escucharlos e intercambiar abrazos o apretones de mano eternos al despedirnos. Esas manos de pieles finitas, suaves; que algunos casi ciegos prolongaban transmitiéndonos lo que no podían con otros sentidos. Salimos movilizados, con el corazón contento y lleno; con un granito más de aprendizaje a cuestas pero con la cabeza más liviana.

Al despedirnos de Lila, sentimos que estuvimos con ella mucho tiempo aunque fueron solo unas horas. Ella saluda y conoce a todos, y todos la quieren y la cuidan. Sigue siendo la encargada de vestir a la Virgen para las fiestas, costumbre muy tradicional del interior de nuestro país. Ella vive en el Cafayate paralelo, con los mismos cerros coloridos de fondo y sus viñas delante, el Cafayate que vive con las puertas abiertas y que hace juego con las casas centenarias. Y atrás de esa antigüedad tantas historias que ni nos imaginábamos.

[Mira el baile en el Hogar! Pura alegría!  http://youtu.be/cyxAF8laqwg]

Con Lila en su patio

con Lila en el HogarConcierto en el HogarRetrato de un Abuelito del Hogardoña Ines y su caja

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