No es fácil encontrar el momento y el lugar correcto para sentarse a hacer la tarea, aunque tengamos el escritorio más cómodo del mundo. Para quienes no lo tienen, resulta aún más complicado. A Cristina y a Brian les daba lo mismo apoyar el cuaderno sobre el suelo sucio, que sobre una montaña de papas o yucas; Karla no podía concentrarse porque siempre había habas por pelar o maíz por desgranar. Karen simplemente quería correr y jugar, olvidando su mochila bien al fondo bajo la mesa de las verduras. En el ajetreo del mercado local de Cuenca, Ecuador, entre puestos de frutas, verduras, arroces, jugos y curanderos, muchos niños intentaban encontrar el momento para hacer la tarea, si es que lo lograban.
Jaime Jiménez, nuestro héroe de tan solo 28 años, al ver esta necesidad, puso manos a la obra junto con el grupo de la “Fundación la Escu” (Fundación de laicos escolapios de Cuenca), e hicieron realidad este proyecto que combina el carisma de la educación propio de la orden con una forma especial de acompañar a estos niños, que luego de la escuela, por la tarde debían acompañar a sus mamás al Mercado o a los restaurantes donde trabajan hasta el horario de salida, pasando la tarde solos, o en ambientes no tan saludables. De a poco, preguntando a las mismas madres, coincidieron en que era una buena idea contenerlos y acompañarlos. Así, de a poco fueron sumándose más y más niños todas las tardes a la casa que les prestaba la Parroquia al lado de la Iglesia de San Sebastián, y lo llamaban “Mi caleta de tareas”, que los niños utilizan como término popular para decir ‘Mi casa de tareas’. Sigue leyendo