Con las manos bien abiertas

foto articulo Manos Abiertas1Nuestra heroína no tiene capa, pero lo único que le falta es volar. Es casi imposible conseguirla para una foto; es delgada y chiquitita, y aunque su ropa aerodinámica podría tomar vuelo en alguna tormenta, ella prefiere quedarse acá abajo, bien cerquita del barro y de los que más sufren. Marlen parece chiquitita a nuestros ojos, pero es un motor con un tropel de caballos de fuerza, que con su frescura y humildad dedica cada minuto a cuidar de los discapacitados en estado de abandono: a los más pobres de entre los pobres, aquellos que no pueden ni siquiera pedir ayuda.

Con tan sólo 20 años se puso manos a la obra y junto con otros dos misioneros, salían a las calles de la ciudad de San José de Costa Rica y alrededores, y volvían en colectivo trayendo personas pobres, olvidadas, moribundas y enfermas para acompañarlas y cuidarlas con amor en una casa prestada con un fogón. A pesar de su juventud, emprendió esta aventura con tan sólo 1.000 colones (2 dólares) en el bolsillo, que sólo alcanzaba para un poco de arroz, sal y azúcar. Sin ningún conocimiento de medicina o enfermería, sin guantes ni barbijos, pero con un corazón dispuesto a todo, comenzaron a curar heridas infectadas, tratar discapacidades varias y enfermedades terminales. Su entrega era tal, que sus miedos pasaban a un segundo plano, sólo querían llevar más y más gente a su ‘Casa para pobres’. La primera muerte de un niño en sus brazos camino al hospital les hizo comprender que necesitaban buscar los medios para poder ayudar más y mejor. Parece que los años no hubieran pasado, aunque hayan sido 22 de aprendizaje a los golpes para Marlene y Marta, cuya Fundación hoy es ejemplo para muchas instituciones costarricenses.

Marlen recuerda que “Cuando era niña, Costa Rica era distinta, nosotros éramos pobres, pero dignos, teníamos una familia unida y esa era nuestra riqueza, a mí me decían ‘botellita de leche’, porque todos los domingos iba con el mismo vestido blanco a Misa. Cuando fui a Colombia a prepararme para ir de misionera a África, con 19 años, me di cuenta de la pobreza que había, que yo no había visto nunca o no había sabido mirar; vi gente que se peleaba por un espacio para vivir en un basural. Cuando volví a Costa Rica, sentí que estaba llamada a servir aquí y no en África.” Así fue como empezó, quería comprar una casa para llevar a la gente pobre, pero “¡Claro que nadie iba a confiar en una niña! Así que hice cálculos de cuantas chapas (latas de zinc) necesitaba, y le dije a Dios: ‘O me das un lote, o me meto de precarista a ocuparlo’. Y finalmente apareció una señora que nos prestó una casa, y aunque se hundía el piso, casi se caía entera, y se volaba el techo, para nosotros era una residencia! El segundo milagro, fue que después de 14 horas de limpiar la casa, un señor amigo se ofreció a ir a comprarnos un poco de arroz, y después de una hora volvió con el carro lleno hasta el techo de comida, fruta, carne, ollas, cucharas, porque la gente nos conocía, y nos quiso ayudar. Y así empezamos.”

No tenían nada, pero daban su vida por las personas que recogían de la calle, diciéndoles: “¿Se quiere venir conmigo? Tengo una casa donde lo podemos cuidar.” Esa inocencia, frescura y valentía de su juventud que aún mantiene: Nunca me dio miedo, es que hay como un toque de divinidad en el llamado, que a uno lo reviste de una fuerza extraordinaria. Y no es uno, yo a veces digo, ¿Cómo lo hice? ¿Yo? Fue Dios. Porque claro que eso cuesta, sin embargo, ¿De dónde le sale a uno la fuerza física y emocional para enfrentar eso? Para bañar a este hombre abandonado, sucio de sus propias necesidades de la cabeza a los pies, yo me lo imaginaba limpio y bien, y así seguía adelante. La fuerza viene del Corazón Redentor de Jesús, uno no lo ve, es natural. Con Juan, el primer señor que trajimos, lo bañé, pasamos el primer impacto, y yo vi que él tenía las piernas con demasiadas llagas y pus, estaba enfermo además de alcohólico. Solo había un bombillo en la casa, entonces le pedí candelas y agua hirviendo a Marta, pero no sabía por dónde empezar, qué hacer con todo eso; yo sabía que hasta ahí llegaba. Marta de lejos, no podía tocarlo, así que le dije a Dios: ‘Si Usted ha hecho tantas cosas en tanta gente y me trajo hasta acá, deme esa capacidad que no tengo, ¡Dígame qué hacer aquí!’ Había muy poquita luz, sentía como si no hubiera nadie y éramos 4! Y de a poco, puse la olla debajo de sus piernas, comencé a cortarle pedazos de piel y a sacarle los gusanos. Fue impresionante porque yo estaba muy tranquila, con mucha paz; empecé a verlo sano mientras lo curaba. Como no teníamos vendas, usábamos pedazos de sábanas. Después de eso, todo ha venido solo, nadie nos ha capacitado en discapacidad, y ahora nosotras damos cursos, les enseñamos a sentar, a bañar, a colocar vías y limpiar sondas.”

Marlen siempre volvía de sus búsquedas con éxito, continuamente encontraba alguien a quien llevar a la casita. “Y es que yo sentía que El me decía: ‘Pero no sos tonta, está ahí mismo.’ Y era así,  –siempre están–  sólo que yo antes no los sabía ver, no tenía los ojos para verlos; no tenía el verdadero deseo de realmente querer verlos. Son invisibles siempre y cuando no tengamos en el corazón un deseo honesto de encontrarlos o de verlos. Uno puede verlo porque busca algo que llenar en uno, pero hay que salir de uno, para realmente quedarse con la pureza del llamado.”

Claro que Marlen no siempre tuvo esa energía: “Llega un momento, en que esa fuerza pasa, se queda adentro pero ya no tiene la misma fuerza, o no tiene brillo, y me empezó a dar miedo traer más gente, yo pensaba: ‘Todos ellos se iban a morir; y yo voy a tener que cargar con eso, ¿Voy a poder hacerlo? ¡¿Qué hice?! Toda la vida voy a tener que cargar con eso.’ El pobre invade todo el ser, uno abre la puerta y entran en tropel. Y pensaba, ¡África era mejor! Sentía que me habían invadido, no sólo la casa, sino a mí. Pero Dios da esa fuerza, esa entereza, ese conocimiento que uno no tiene. Entre más servicio hay, uno deja de ser uno.Algunos nos dicen que tenemos la obligación de atenderlos, ¡Y en verdad tienen razón! Hemos vivido de todo, uno nos tiraba sus orines en la cara, otro quería pegarme, entonces yo agarraba un palo de escoba diciéndole: ¡Le avisé que se la iba a devolver! Me daba golpes mientras lo bañaba, me pellizcaba; hemos tenido de todo. Y todo nos sirvió para ser más humildes. Hoy estamos más organizadas.”

Hoy en día estas 10 monjitas reciben niños y adultos discapacitados declarados judicialmente en estado de abandono por el PANI (Patronato Nacional de la Infancia), y el CNR (Consejo Nacional de Rehabilitación); actualmente son 100 en su sede de Alajuela. También se hicieron cargo de otros 40 niños discapacitados en Cartago de otro centro que cerró su programa de discapacidad. “A veces es muy difícil, sufrimos persecuciones, envidias, odios. Y uno se da cuenta que lo más difícil es seguir, sería mucho más fácil irme, no necesito siquiera ir a mi cuarto a buscar nada; en cualquier momento de mi vida es más fácil irme que quedarme.  Ahora con este edificio la gente nos ve distinto, pero nosotros seguimos siendo los mismos, no cambiamos. Hay gente que quiere hacer esto lucrativo, pero para nosotros, si alguien puede pagarlo, ¡Pues que busque otro lugar! Esto es para quien no puede pagar, para aquel pobre y abandonado.”

El primer niño discapacitado que le cambió el rumbo a Manos Abiertas, está vivo todavía y tiene 2 años menos que Marlen. Cuando era un niño aún casi se les muere, por lo cual fue fuertemente regañada por el médico en el hospital porque no entendía cómo ella se hacía responsable de este niño, mientras ella solo le pedía que lo cure. “El doctor me dijo que se iba a morir. Yo le dije a Dios que: ‘Si ese chiquito había esperado 19 años a que yo llegara, ¡Cómo era posible que yo llegara y se muriera! Entonces, ¿Qué chiste tenía, para qué me hizo encontrarlo, para qué me hizo recorrer todo eso que recorrí? ¿Para encontrarlo si se iba a morir? Entonces, ¿Para qué me mandó? Usted tiene que curarlo, ¡Usted tiene que curarlo! Y lo curo, ¡Lo sanó! Me dijo el doctor que lo cuidara porque solo viviría unos 3 meses. Yo hice de todo, le di de todo lo que me dijeron para que mejorara, el niño no podía siquiera tragar, tenía mucha discapacidad. Y era ciencia infusa, yo no sabía nada. Y así, él aún está con nosotras.”

Hace solo unos pocos años que Marlen se convirtió en la Hermana Marlen. Esta fue una decisión fruto de una gran generosidad, aunque ya no nos sorprende en ella después de escuchar lo que nos cuenta. “La única manera en que el mérito de la obra no se lo llevaran las personas, era que nos vean como personas de Dios, porque esta obra es de Él. La única forma de lograrlo era que nosotras nos convirtiéramos en consagradas religiosas. Si no era una ONG más. ¿Cómo hacíamos para que nos vean como Iglesia funcionando y no como ONG? Es un proceso largo y burocrático obtener la aprobación de nuestra orden religiosa (Misioneras del Corazón Redentor de Cristo), ¡Cómo le costó a la Madre Teresa de Calcuta, y eso que ella sí es santa, y yo no! Es algo muy difícil, ¡A mí no me hace gracia fundar una orden nueva! Sería mucho más fácil ser laica! Pero queremos que nos reconozcan como enamoradas de Jesús, dispuestas a servir. Lo hemos hecho por amor, Dios sabrá; estamos escuchándolo y viendo qué camino nos marca. La obra tiene que seguir, tiene que ser para su gloria. Esta es una obra de los pobres para los pobres. Dios sabe a quién manda aquí. De esto sabe el que tiene que saber, no hace falta hacer publicidad, aquí llega el que tiene que llegar, como ustedes. Díganme ustedes, ¿Para dónde creían que iban los Reyes Magos? El que tiene interés, llega. Ustedes lo ven porque lo quieren ver, llegan porque quieren llegar desde tan lejos, a este lugar que es difícil de llegar. Esos son los caminos de Dios.

El primer gran golpe fue la muerte de un niño indígena de 5 años muy especial, Francisco. Se murió porque no tenían un tanque de oxígeno cuando le dio un paro respiratorio. Marlen tenía 21 años, se cuestionó todo, y se dio cuenta que necesitaba más soporte para los pacientes. “Esa muerte fue la gran llorada, y luego ya he enterrado más de 50, en el fondo uno sabe que para ellos es el momento más maravilloso del mundo. Y nosotras ya sabemos que tenemos más de 50 angelitos jalándonos para el Cielo. También recuerda un hombre enfermo de sida, que recogieron en la calle, que apenas podía balbucear su nombre, y solo pedía una cama limpia. Lo llevaron al Hogar, y luego de 18 horas murió en la madrugada en su cama limpia. La Hermana Marta nos comparte: “Los entierros pasan a ser una fiesta. Dios nos los da para que los cuidemos, y nosotras se los devolvemos. Cuando una persona está declarada en fase terminal, la tratamos aquí, fallece aquí, la asistimos, y cuando sabemos que ya son sus últimos días, los trasladamos a esta sala especial, la llenamos de globos, es puro color y alegría. Llamamos a 4 ó 5 hermanas y lo acompañamos en sus últimos momentos, ¡Es hermoso, los discapacitados son personas tan puras! Hemos recibido algunos niños con enfermedades terminales que pueden hablar, que entienden que se van a morir, y si bien son muertes más difíciles, recuerdo uno que no tenía miedo, entonces, la hermanita Isabel le decía: ‘¿Entonces por qué no corre para el cielo?’ ‘Hoy no, mañana Hermanita’ Y efectivamente al día siguiente murió. Nos habían dicho que iba a durar 1 mes, y nos acompañó 8 meses, quería andar en bicicleta, entonces iba con el tanque de oxigeno detrás, también le dijimos que era su cumpleaños y pudo tener su fiesta, invitó a sus hermanitos y les dio regalos. ¡Fue tan feliz ese tiempo!”

Con muchos granitos de arena, lograron construir un edificio con todas las comodidades y el equipamiento necesario para cuidar a los 50 niños discapacitados que tienen hoy. Gracias al aporte silencioso de muchos donantes y colaboradores en el transcurso de 8 años se hizo posible. “Hay que dejar todo lo demás de lado y dedicarnos a servir. Yo no quiero dedicarme a pedir plata, ¡Quiero servir! Es increíble pero no tenemos a nadie que se dedique a mercadeo! Nunca en la vida ha faltado pan en Manos abiertas. Nunca hemos salido a pedir, Dios se ha encargado de traernos siempre. Hubo una época que teníamos que pagar una cuota del terreno, y yo debía 6 millones de colones (12.000 dólares), y llegaba el día que teníamos que pagar, y habíamos tenido 3 meses con los niños enfermos. Yo le dije: ‘Señor, tú me dijiste que buscara el Reino de Dios y lo demás vendría por añadidura; faltan 2 días para pagar: ¿Y ahora?’ Y me fui a la Capilla a rezar, pidiendo que nadie me interrumpa. Las hermanas venían cada hora porque alguien llamaba, y yo les decía que no podía atender. Hasta que vinieron 4 veces, porque un señor quería hablar conmigo, quería conocerme y ver en qué me podía ayudar, pero yo tenía que ir a su casa personalmente. Fui en la tarde, era un lugar monumental, una casa increíble, y él me pregunta: ‘Qué ocupa?’ (necesita) ‘Lo que Ud. tenga a gusto, lo que Ud. desee, alimentos’ –yo pedía normalito– ‘¿No ocupa algo más?’ ‘No sé, muchas cosas…’, –¿Cómo le iba a decir que necesitaba tanto?– Pero tanto me insistió que le conté que tenía una deuda grande de 6 millones y él ni se inmutó, ¡Y me los dio ese mismo día! Hicimos una gran amistad, él ya era mayor, era como mi bisabuelo, y lo cuidé en la clínica hasta que se murió. Y él me insistía en que le pida, pero yo nunca más le pude pedir nada. Cuando fui a pagar el terreno, el dueño se reía, no me dejó hablar y me dijo: ‘Yo sé que no me podés pagar, Hermanita, pero si me pagás mañana al mediodía te rebajo un millón.’¡Así que con ese millón empezamos esta obra!”

Las 10 Hermanitas son madres tiempo completo, conocen a sus 50 niños y a sus 50 adultos como nadie, conocen sus llantos, sus sonidos y gestos especiales y logran entenderlos como nadie. Su única preocupación es hacer que estén contentos, contenidos, cuidados y amados en lo mucho o poco que les quede de vida. El Hogar Madre del Perpetuo Socorro rebosa de luz y olor a limpio. Se respira paz en cada sala, gracias a la ayuda de tantos voluntarios que se entregan día a día en cada tarea. Así jovencitas como se las ve, las Hermanitas son torbellinos humanos. Marlen es el motor que las impulsa, proponiendo cosas de las que ni ellas saben que son capaces. Como bien dice la Hna. Marta, que bien conoce a Marlen: “Ni la gordura ni la estatura se mide, porque ella es chiquitilla y delgada y hace de todo. Está muy llena del Espíritu Santo, está movida por Dios, porque tiene una energía increíble. ¡No es de humanos! Es inspirada de Dios, ella es el motor de todo. El año pasado se murieron 11 niños, casi uno por mes, y ella siempre nos motiva, nos empuja para adelante. Es la que nos motiva en las caídas personales, cuando aflojamos; y ella dice que nosotras la motivamos a ella a levantarse. Nos dijo que vamos a hacer un proyecto, ¡Y nosotras sabíamos que no teníamos ni un 5 en la bolsa! Ella igual dice: ‘¡Lo vamos a hacer!’ Y ya que lo diga, significa que se va a hacer, no importa si no tenemos plata. A veces de tanto trabajar se olvida de comer, pero siempre se preocupa de que nosotras comamos. Y de pronto la vemos en cama, sufre del estómago, seguro de las preocupaciones; a veces pasa 3 días en cama porque se le baja la batería, pero cuando se para, ¡No la para nadie!”   

Parece que fue ayer todo lo que nos cuentan Marta y Marlen, y es que lo reviven día a día. A pesar de haber logrado grandes instalaciones, no se olvidan del barro, de las botas de hule, de poner y sacar vías o de despertarse a cualquier hora por un llanto de dolor. Esperan con las manos abiertas y se alegran con cada persona que reciben en el Hogar, aceptándolo incluso antes de que lo deriven, sabiendo que Dios sigue confiando en ellas enviándoles más hermanitos olvidados para cuidar. Son la hermana mayor más generosa o la madre más entregada que cualquier persona podría desear, cuya valerosa misión es acompañar a los más débiles en sus momentos más difíciles. Y como claramente dice Marta, “Está claro, eso no es de humanos.”

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Nota: Las imágenes fueron extraídas de la pagina oficial de la Fundación: https://www.manosabiertas.org , ya que por razones judiciales no es posible fotografiar a los niños.

 

26 comentarios en “Con las manos bien abiertas

  1. Pingback: Recalculando… | COMPARTIENDO AMERICA

  2. Gardenios, gracias por seguir compartiendo america y llenando nuestros corazones con el verdadero amor y la generosidad de otros. Nuestras oraciones con ustedes. Salud!!!

  3. Qué lindo testimonio Memeta! Lo leí en medio del quilombo del laburo y fue un como volver a llenar el tanque de nafta. Gracias a Dios hay gente que se está ocupando de las cosas importantes! Cuanta Fe y Amor por los demás. Beso gigante!

  4. Guau!!! Cuanto amor, esperanza, confianza, humildad, y tener claro para lo que uno vive y esta llamado se lee de este mensaje
    Gracias Manos Abiertas por tal ejemplo!
    Gracias mis amigos x encontrar y x escribir este testimonio!
    Besos

  5. Hola Diego y Mechi!! Que bueno que compartan su recorrido! Muy lindos testimonios que nos invitan a construir un mundo mejor. Les mandamos un beso grande! Guillito y Belu

  6. Nada mas que decir, en las pequeñas cosas se comienza una gran obra estas hermanas fueron llamadas para esta tarea que el flaquito de arriba las bendiga y les llene de fuerza y muchas bendiciones terrenales que bastante las nesecitan.
    Luis Icalma Chile…..

  7. Que historia impresionante y movilizadora!!!!! Me conmovió!!!!! Si me dejan la quiero imprimir para hacerla conocer, beso a los dos, María Elena

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